Confieso que soy adicta. Y me siento bien por ello. Mi mundo estaría vacío… quizás el tuyo también.
Definen droga como una sustancia vegetal, mineral o animal que tiene efecto estimulante, alucinógeno, narcótico o deprimente. Agrego, adictivo.
Están en dos bandos: legales e ilegales… excitantes y destructivas… conocidas e insospechadas.
La lectura me tiene “enganchada”. Despierto y me duermo inhalando textos por todos mis sentidos. Y no lo puedo evitar. Eso quisiera, pero esto es más fuerte que yo.
Recuerdo a una amiga de mi adolescencia, Adela. Una “yonqui” literaria sin posibilidad de desintoxicación. Era la década de los 80’s. Andaba hasta con tres libros a cuestas, cada uno, con más de 300 páginas. Nunca menos. Eran rusos.
Fue centro de unas burlas escasas porque en clases dejaba a todos boquiabiertos por sus conocimientos imparables. Por lo menos teníamos capacidad de asombro, era algo. Los profesores la escuchaban solo unos 15 segundos, creo que opacaba a muchos de ellos. Sus exámenes escritos no los leían para evaluarlos. Su nombre únicamente, garantizaba la calificación máxima.
Adela andaba por una galaxia narcótica del conocimiento que no entendíamos. Ella tenía el derecho de hacer “bullying” o acoso escolar mantenido contra la estupidez de la mayoría, donde estuve incluida entonces. Después, el tiempo se acorta para llenar lagunas, mares y océanos de un brutal desnudo cultural.
Ahora me rindo ante esa realidad, que debería ser refugio seguro para tantas chicas y chicos que, por curiosidad, falta de afecto o por tener la sensación de ser un “alien” en este mundo robóticamente exigente, congenian con las drogas que aniquilan sus jóvenes esencias.
Sufro en silencio, y a veces en voz alta, cuando compruebo que las modas no incluyen la adicción al saber. Tener es indispensable. Me parece tan hipócrita que se diga lo contrario… Pero deberían ir a la par.
Tuve que esperar años para desintoxicarme de El Capital, de Karl Marx –novela de ficción que narra las relaciones de dominación entre las clases, de un lado los proletarios y de otro los burgueses, como el propio autor–.
Este vicio comenzó por los libros ilegales. Así fue todo. La poca gente que viajaba al mundo real fuera de Cuba los entraba escondidos de la dictadura. Era preferible traer en la maleta un kilo de cocaína que un libro de Guillermo Cabrera Infante. No es broma.
Y si eran los de Zoé Valdés… Llegaron a convertirse -haciendo un paralelo con el delito- en una mezcla atómica de heroína con Valium, con jeringuillas incluidas. Más por envidia que por falso patriotismo. Ella vendía su obra censurada por el comunismo cubano, en seis cifras. Y los escritores en jefe tenían que conformarse con reconocimientos o medallas que no llegaban a una semana doradas. Nunca entendí el hechizo de entregar estos premios metálicos brillando… y antes de las 24 horas en poder del homenajeado ya empezaba la oscura metamorfosis.
Mi adicción sobrepasa mis límites. Estos me ayudan a vivir en otras realidades cuando la que tengo es detestable y no la puedo cambiar. Vuelo, alucino o me enajeno en una dimensión positiva y renovadora que ofrece los libros. Es mágico cuando abres uno e imaginas que alguien dejó su alma en ello. Y cuando encuentras entre letras la complicidad sin época ni distancia, de un autor con tu vida, ahí esta el sentido de tanto éxtasis.
Cada vez que tengo gente joven cerca, y puedo, los motivo a leer. Trato de empezar por autores que sean transparentes. Que no les hagan mucho ruido en sus mentes con palabras rebuscadas, o en desuso, que el estilo sea cortado y fresco y no envolvente y aburrido.
Escribiendo raro espantas a estas generaciones que se detienen muy poco y en poquísimas cosas. Aunque el arte es algo que no debe poder discutirse en cualquier lugar. Hay que ponerse en contexto, en tiempo y espacio. De lo contrario seguirán buscando videojuegos, pornografía, tutoriales de maquillaje o de cómo atraer al chico que te gusta…
Por estas grietas se cuela el desánimo. Nada los satisface. Y a pocos les importa. Las drogas aprovechan para hacer estancia, casi siempre, de por vida en jóvenes que todavía podemos salvar.
Por suerte, encontré mi aliciente legal y reconfortante. Leer no es una droga. Leer es una bendición.
Imagen tomada de Google
Un comentario en “Soy una drogadicta legal… ¡y eso me encanta!”