Viajar en transporte público cubano o subir el Everest en patineta

Por IDAYSI CAPOTE.

 
El período especial “coyuntural” cubano sobrepasa los límites de este concepto; porque la coyuntura sucede o se hace en alguna ocasión, pero no de forma habitual ni por costumbre.

Por estos días, la dictadura trata de asustar a los cubanos de la isla con que el funcionamiento del servicio del transporte público será crítico o casi nulo. ¿Y cuándo funcionó bien? Nunca lo supe.

A continuación les narro la primera vivencia que recuerdo del transporte en Cuba y su sello de ineficiencia:
A finales de la década de los 80’s estudiaba Licenciatura en Logopedia en La Habana. Vivía entonces a casi 600 kilómetros de la capital. Mi madre estaba enferma con leucemia, y yo viajaba casi todos los fines de semana para verla.

No sé el por qué, pero en mi facultad de Defectología solo había un estudiante varón por aula. Las muchachas éramos mayoría, y casi todas de las 13 provincias restantes de Cuba, y unas pocas de la Isla de La Juventud.

Muchas veces viajábamos en un tren que únicamente hacía paradas en las grandes ciudades. Pasaba por nuestros pueblos, pero teníamos que bajarnos lejos de ellos. La odisea de traslación hacia nuestros hogares nos consumía medio día de los dos que estaríamos junto a la familia.

Entre las más atrevidas acordamos una manera de no perder tanto tiempo. Con las puertas que abre la juventud, le pedíamos al maquinista que aminorara la velocidad cuando pasara por cada municipio, y nos tirábamos del tren andando en plena madrugada.

Poníamos el maletín junto a la cadera que pensábamos tocaría tierra, pero este plan de supervivencia no siempre amortiguó un buen golpe.

En este período de estudiante universitaria, el fin de año era sagrado para viajar al igual que el día de las madres. Este último se celebra en Cuba el segundo domingo de mayo.

Durante estos dos festejos es más fácil recorrer el Monte Everest en patineta, que llegar a tu destino en el archipiélago cubano.

En la terminal de ómnibus interprovincial habanera apareció una caravana de tres ambulancias militares robadas de un lote; sin chapa aún, sin registro y sin estrenar por el ejército. El cupo era para 12 pasajeros en cada una, el precio era alto, pero no teníamos opción.

Esta historia la contó el chofer mientras despegábamos las precintas engomadas para proteger los cristales desde su salida de la fábrica.

También nos dijo, con la facilidad que hablamos ante desconocidos, que después que hicieran una pequeña fortuna en esos días, entregarían las ambulancias al lugar de origen.

Inolvidable fue lo que viví en 1999 ya instalada en Camagüey. Debía viajar a La Habana, pero quería ir en avión porque la última vez que viajé en tren el trayecto de ocho horas se triplicó a 24 horas en pleno mes de agosto de Cuba.

En esa época no vendían nada de comer ni de beber a los pasajeros, y la policía se llevaba presos los vendedores particulares que por las ventanillas en cada parada ofrecían jugos fríos, sándwiches o dulces de maní y coco.

Los niños desesperados gritaban al unísono en un concierto de tercer mundo por el hambre, la sed, el calor y la desesperación por aquel viaje interminable.

Para evitar vivir algo tan cruel otra vez, fui a la oficina de Cubana de Aviación para reservar desde un mes antes mi pasaje en avión.

Había que anotarse en una lista de espera. Y tuvimos que ir al pase de lista o a rectificar la cola, durante 30 días, a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde. Exactamente 60 viajes de zozobra. Era borrado quien fallara una vez.

Llegó el día para comprar el boleto, y ¡zas!… una sorpresa revolucionaria: El avión fue reservado en su totalidad para un Congreso de comunistas de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC). Protestamos muchísimo, en vano. La impotencia que sentí por millonésima vez ante aquel sistema inepto es indescriptible.

Fui con mi equipaje directo al aeropuerto de Camagüey. Me anoté por si había fallos. Ese día no faltó nadie. La gente después de tener un pasaje en la mano, solo comparado con un lingote de oro, no se permite perderlo.

Hablé con el jefe de turno, sin resultado. Le pedí que quería hablar con el piloto, algo posible en Macondo tropical. Me respondió que el piloto se quedaba sentado en la cabina junto al copiloto, al navegante y al miembro de la seguridad del Estado que va con ellos.

Insistí tanto que vino el navegante, y le dije: Usted me tiene que ayudar a cumplir mi sueño. Aquel hombre me miró impactado por tanto atrevimiento, supongo. Y le ordenó al jefe de turno de esta terminal aérea que me diera un pase a bordo.

Fue un viaje gratis en la cabina de un   DC-3, una aeronave que se usó en la Segunda guerra mundial. Me regalaron una comida, me explicaron que estos alimentos son personalizados. Estuve de pie por ratos, y hablé hasta el aterrizaje.

Los ómnibus locales por toda Cuba, que rara vez pasan en hora, tienen la clasificación de las películas, porque en ellos encontrarás que son aptos mayores de 18. Con Violencia, Sexo y Lenguaje de adultos.

La violencia unida al lenguaje de adultos es común, las altas temperaturas con la baja alimentación, y la larga espera se unen en explosión. También las protestas contra los rascabucheadores es una constante, además de los robos de carteristas.

De los casi 40 años que viví en dictadura este recuento es la síntesis de una síntesis.

En Cuba, desde 1959 hay una coyuntural tragedia, estática, enemiga de la humanidad, y con un único blanco: Evitar la felicidad de los cubanos.

@idaysicapote
Foto tomada de Google

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