Enemistad entre el Castro-comunismo y la familia cubana

Por Idaysi Capote

 

Lucía vuelve a Cuba, por fin, después de cinco años de ausencia, castigada por ley de la dictadura por su salida “ilegal» en 1994. Después de 90 millas, del mar. Después de ser una descocida para su hija Elisa

Y así tuvo que ser. Cuando se lanzó al océano junto a sus sueños de libertad y a su pequeña Elisa, con tan solo un par de años, enseguida comenzaron las náuseas, y un llanto de pánico por lo que tuvo que verse forzada a dejar a su pequeña en brazos de sus padres que lloraban en aquella orilla de los suplicios.

Nunca pensó que cinco años estarían sin verse. Era la década de los 90’s y las únicas maneras de contacto posibles que existían eran a través de fotos impresas en papel que demoraban un siglo en llegar por correo postal o de carísimas llamadas telefónicas.

Ya es 1999 y Lucía recibe la visa por parte del cónsul cubano desde Washington. No tiene que preparar casi su equipaje. Lleva años en esto.
Ha comprado la ropa de Elisa, y la ha desechado una y otra vez porque la niña crecía y se extendía el plazo del permiso legal para entrar a Cuba, su patria.

A través de una llamada recalca a sus ancianos padres que llevará el oso de peluche entre sus brazos al bajar la escalerilla del avión y que ,por favor, lleven a Elisa al aeropuerto con el peluche igualito al de ella. El que le envió hace tres años para que se reconozcan madre e hija mediante este símbolo de amor.

Viaja con los nervios de punta porque teme tanto que sus padres tengan que presentarle a su niña de siete años: ¡Ella es tu mamá!, ¡Ella es Elisa!.

Llega a Camagüey el vuelo procedente de Miami donde viaja Lucía que duda en bajarse porque teme la reacción de Elisa. Le tiembla el alma. No sabe si sus siete años le permitirán comprender que han estado largos años sin verse en contra de su voluntad.

Lleva el oso y los prismáticos por donde divisa a Elisa, el oso y sus padres en la terraza de la terminal aérea desde donde agitan sus brazos con el ánimo de que por fin han roto la barrera de lo injusto.

Entra Lucía a un salón por donde son conducidos todos los viajeros de su vuelo. Se le acercan dos uniformados de la Seguridad del Estado cubano. Y le piden que los acompañe.

Elisa desesperada al ver salir a tantos pasajeros pregunta una y otra vez a los abuelos: ¿Ella es mi mamá?, ¿Aquella es mi mamá?, ¿Cuándo viene mi mamá?… llorando ¡Quiero ver a mi mamá!.

Lucía, sentada con el oso sobre su regazo teme lo peor. No es la primera cubana, ni cubano que devuelven en el mismo avión a Miami. Explica y reclama que no hubiese podido viajar desde los Estados Unidos si no tuviera sus papeles en regla. Que ellos le dieron su visa, su permiso de entrada legal a Cuba. Que no entiende cuál es el problema. Que pagó bien caro por todo este trámite, por el pasaporte de Cuba a precio de platino.

Ya salieron todos los del vuelo de Lucía. Cierran las puertas que conducen a donde esperan los familiares y amigos. Elisa desesperada llora sentada en el piso de “lágrimas negras», como nombra el pueblo cubano a todos los aeropuertos de la isla.

Señora, usted salió de Cuba el 23 de agosto de 1994, y hoy es 19. O sea, le faltan cinco días para cumplir el quinquenio de su salida ilegal. Explica un agente de la dictadura Castro-Comunista.

Lucía batalla en vano. Y les dice, “ilegal», si dos policías nos ayudaron a empujar la balsa mar adentro. Si por el noticiero de la televisión cubana dijeron hasta que día era legal tirarse al mar.

El oficial la amenaza: Usted sigue hablando mal de la revolución. Usted regresa en ese avión dentro de cuatro horas.

Desesperada suplica que la dejen asomarse al cristal donde su hija y sus padres la esperan del otro lado. Con aire de burla autorizan este encuentro casi virtual.

Camina lentamente hacia aquella pared transparente, hacia aquella muralla sin límites. Llora sin control. Ve a Elisa sobre el oso en aquel piso. Sus padres abrazados, lloran también. Un abrazo entre los cuatro es ilegal. Sus padres no se atreven a decirle a la niña que allí está su mamá.

Lucía cede a los temblores de sus piernas. Cae sobre sus rodillas, el oso amortigua la caída. Inerte mira a Elisa. Ya no tiene lágrimas. La vista fija en su hija hace que la niña la perciba. Elisa no atina a nada. Sólo se miran.

El padre de Lucía ruega porque su única hija y su única nieta se besen, se abracen, se reconozcan.

El guardia le dice que sería peor. Quién las haría zafarse. Mientras la madre llora y suplica: por favor, sólo sería un beso. El guardia se aleja. El llanto es el lenguaje único de este momento.

Turistas canadienses que esperan su avión, retratan con un flacheo interminable aquella escena increíble.

Elisa en shock no puede dar un paso, ni tocar las palmas de las manos de vidrio de su madre. Lucía se da por vencida. Vuelve al salón de espera para que Elisa reaccione y regrese a su vida sin ella.

@idaysicapote

Imagen  tomada de Google

Familia de Reparto Guernica, ciudad de Camagüey #Cuba

 

 

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