Es 1998, y es 17 de diciembre; día en el que millones de cubanos rinden culto, veneración, respeto y agradecimiento a San Lázaro.
Se cumplen promesas, se encienden miles de velas desde la punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio. El viejo Lázaro es alabado por la salud recuperada, por la vuelta del aliento de enfermos y familiares, por la alegría de vivir.
Ese día, abundan el color morado, también el amarillo, y la ropa de sacos de yute entre las multitudes que profesan un amor genuino, sincero, y lo mejor: sin convocatoria estatal cubana.
Es un acto voluntario con mucho goce, de corazón. Pero otros cubanos viven el alza de sus pequeños “negocios” vendiendo flores, estampas -que cada vez son más nítidas- velas de varios tamaños, generalmente confeccionadas en casa y varios artículos artesanales o importados desde Miami, necesarios para los devotos.
El material para estas velas varía. La duración de encendidas, también. Vi algunas que se consumieron en apagones al minuto de prendidas. Imagino que las velas de esa calidad desaparezcan antes de hincarse frente al altar. Antes de terminar una oración, antes de pedir por un hijo, para sí o por Cuba libre.
Disfruto ver la felicidad que viven los cubanos o cualquier persona de este mundo cuando tienen fe de encontrar una salida crucial a través de lo divino.
Pero hay quien encuentra este camino mediante la ciencia. Así le pasó a Amelia, una señora llegando a sus 60 años visitada por un cáncer de cuello uterino que no quiere aceptar.
Es por ello que quiso una segunda opinión de un médico famoso de La Habana. Quería estar segura de permitir la histerectomía para la que ya tenía cita. Visitó el hospital Oncológico de Camagüey y pidió en el laboratorio sus muestras de la biopsia que allí le hicieron.
Virgen, jefa del laboratorio le dijo que eso era imposible y que si deseaba obtener una segunda opinión o recibir tratamiento en otro hospital oncológico que le realizaran las pruebas otra vez.
Amelia estaba inconforme. Su doctora ,ausente, había salido para Venezuela a última hora. Entonces, sus pacientes los atendería un médico desconocido para ella.
Se fue directamente a buscar a su sobrina, que era la doctora de los detenidos y sin derechos respetados en “todo el mundo canta», una casona de la seguridad del Estado o G2, ubicada en el reparto Garrido casi frente al Hospital Militar de la ciudad de Camagüey.
Esta sobrina, “segurosa”, sólo hizo una llamada al patólogo del hospital oncológico donde no quisieron atender correctamente a una paciente con cáncer, su tía.
Se “identificó”, como dicen los que apuntalan la dictadura Castro-Comunista y este especialista le recordó que eso era ilegal. Que ella como doctora sabía que él con esa acción se jugaba su título, su trabajo y la vida de un paciente.
Ella le respondió que si su tía se moría, él sería el culpable. Que no había tiempo para más exámenes. Y que se comprometía a devolver el bloque de la biopsia.
A Mauricio no le quedó más remedio, y accedió. Le dijo que en persona le entregaría a su tía Amelia el bloque de parafina (material en el que normalmente se procesan los tejidos) y que se retienen en los hospitales durante largos períodos de almacenamiento.
”Al guardar el tejido para biopsia durante un tiempo largo, el patólogo puede revisar el tumor primario si el cáncer de un paciente vuelve o se disemina en el futuro. Al volver a ver la muestra, pueden averiguar si el tumor primario original ha regresado o si se trata de un cáncer nuevo”.
“Los patólogos son los cuidadores de las muestras de tejido (…) Las muestras permiten realizar un diagnóstico correcto. Pero también se pueden usar para realizar pruebas adicionales (…) que pueden identificar dónde se inició un tumor”.
Mauricio, quien recibió esta orden estaba seguro de que cumplirla lo mantendría en un sobresalto sin final. Localizó el estante donde debía estar la caja blanca con la altura de una pulgada y resguardando varios bloques de parafina, entre ellos, el de la tía Amelia. Pero nada… completamente vacía.
Empezó a destapar las cajas más cercanas y ninguna estaba llena. Llama a la jefa del laboratorio y le enseña el hallazgo. Virgen, una joven mujer, le da una explicación.
Llega Amelia y entra sin permiso llamando a Mauricio. Él aparece, se le acerca. Tiene los labios blancos, está despavorido, sudoroso y acompañado por Virgen, la jefa del laboratorio que le explica a Amelia que lamentan lo sucedido.
Amelia no entiende, y responde: Esta bien, ya olvidé tu maltrato de hace un rato. Y se vuelve ignorando a la mujer.
-Usted es Mauricio. Mi sobrina ya le dijo cómo tiene que ayudarme.
Virgen le aclara que su biopsia desapareció, además que ese bloque no puede salir de este laboratorio. Amelia la ignora, mientras Mauricio le confirma que no sabía que habían desaparecido cientos de biopsias…
Amelia, responde casi a gritos: ¿dónde está mi biopsia? No lo puedo creer…
Virgen, le responde que un empleado de limpieza robó cientos de bloques de parafina llenos de tejidos, los derritió para hacer velas para vender hoy 17 de diciembre, día de San Lázaro.
Se justificó con que le robaron el televisor de su casa y que debía pagar una reja de hierro para la puerta principal.
La policía está en camino.
Espeluznante! Cómo dicen en Cuba, “el que no tiene padrino no se bautiza “ y esta es la realidad cubana, la “potencia médica”.
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Reblogueó esto en The Bosch's Blog.
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