Por: IDAYSI CAPOTE
Visité una cárcel de adolescentes en Mulgoba, muy cerca del aeropuerto Internacional José Martí de la capital cubana; mientras estudiaba Licenciatura en Logopedia, en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona de La Habana.
Allí en “la cárcel de menores” como es llamada dicha penitenciaría nos mostraron expedientes delictivos de las chicas con los delitos más graves, asegurando a dónde podrían llegar los trastornos de conducta en un nivel extremo.
Nunca mencionaron “delitos políticos” porque ya sabemos que en la dictadura de Macondo Tropical jamás un opositor se respeta por el régimen.
Siempre les achacan un arsenal de delitos comunes que en varios casos dejan pequeños a reconocidos delincuentes como Al Capone o Pablo Escobar.
Nos dijeron en esta cárcel cubana para chicas adolescentes que por la envergadura de los actos cometidos por la mayoría, pasarían a una prisión de adultas una vez cumplidos los 16 años de edad.
Conocí ese día a una joven después de un embarazo a los trece años; rechazado por el padre de la criatura y por los progenitores de la chica, quienes la expulsaron a la calle.
Recuerdo que era una muchacha rubia, delgada, callada; que no se relacionaba con las demás.
Apartada y ensimismada se mantuvo; mientras supimos que había ahogado a su bebé cuando lo bañaba en una casa de extraños donde pidió permiso para el aseo, porque vivían en la calle ella y su hijo.
Conocí a otra chica que era la más sobresaliente. De cabello corto y piel morena. Cuando nos presentamos como futuras educadoras tuvimos que escondernos porque nos lanzó una lluvia de piedras recogidas del piso de gravilla que cubría el patio de aquel lugar.
Peleó con otra delante de nosotras y reía a carcajadas cuando las demás cantaban el himno nacional.
Había sido cómplice de unos adultos en el incendio del restaurante Moscú, situado entonces en el barrio capitalino de El Vedado.
Otra de las niñas presas la había pasado peor en casa con su madre, quien vendía cervezas en su hogar y se emborrachaba junto a los hombres que le hacían crecer su negocio de alcohol y prostitución, mientras algunos se habían fijado en la niña.
Estos malhechores tenían un trato con la pequeña… le regalaban muñecas y bombones a cambio de tocarla y ultrajar su inocencia.
La madre descubrió “lo que hacía su hija” y le juró que jamás iba a querer saber de un hombre.
Puso una cuchara al fuego hasta que estuviera al rojo vivo y literalmente derritió los pezones sin desarrollar, su pubis y toda parte de la vulva que alcanzó la venganza de esta mujer.
Nos dijeron de ella que asaltaba ancianos para robarles… hablaron poco de sus delitos.
Más bien se dedicaron a exaltar lo que la revolución cubana hacía por cada una de aquellas niñas y adolescentes, mostrando un dormitorio lleno de ventiladores instalados en el techo… aseguraron que el calor irrita y por ello estaba diseñado así.
Imagino que aquella suite carcelaria estaba diseñada para las visitas de extranjeros o miembros de la UNICEF que quisieran ver cómo se castigan en Cuba a los menores, de manera paradisíaca.
También mostraron la clase de ballet, donde un bailarín jubilado había quedado para tratar de rehabilitar por medio de la danza la conducta de las presas.
A tanta comodidad mostrada daban ganas de ser convicta, sin exagerar, porque el albergue de la universidad era un infierno por los apagones, el calor tropical, los mosquitos, la falta de agua, y una comida pésima.
Cuba desde 1959 miente a través de sus dictadores… Cuba también ostenta una delincuencia juvenil como país de doble moral, donde te enseñan a no decir lo que realmente piensas, a negar lo que realmente pasa.
Por suerte, esa lección no se aprendió. Se vivieron décadas de disimulo, pero no de convicción comunista.
Pocos son los que se aferran al sistema anti cubano, y lo hacen por conveniencia.
Las cárceles de menores en Cuba son una innegable y triste realidad.
Foto tomada de Google